Hoy en la mañana te acaricié y te dije que te amaba mucho, que todos te amábamos mucho, que no tuvieras miedo, que todo estaba bien. Puse las manos en tu pancita inflamada y en tu cabeza, imaginándote llena y rodeada de hermosa luz. Estabas muy tranquila, aunque como tristona y débil. Después le pedí a Jaziel, mi Ángel de la Guarda, que estuviera por favor junto a tí todo el día, que no te dejara sola ni un momento. Hoy amaneciste muy bien considerando que te pasaste la noche vomitando y te veías mucho mejor cuando te llevamos al veterinario e ibas contenta, aunque débil, junto a mí. Todo el camino lo hicimos muy, muy lento y te abrí la ventana como te gustaba y te canté a Fernando Delgadillo, aunque a Lalochis le pareció que la canción era un poco triste. Me despedí de tí con un "que te mejores, Sabrina".
Después de saber que ya te habían sedado y que probablemente ya estabas en cirugía, me concentré y pedí por tí, afirmando tu salud perfecta. En ese momento fue como si escuchara una voz que me decía: "Tu perra ya está bien". Me alegré mucho y arreglé todo para ir a verte a las 5 de la tarde, como me dijo Lalo. Como a las 4 y media le llamé a él para saber si pasaba por él para ir a verte. Fue cuando supe que habías muerto.
Te agradezco todo el amor y la protección que nos diste, siempre recordaré tu alegría cuando salíamos de paseo, dando un ladridito feliz y ansioso antes de brincar como cabrita de Heidi, con tu carita llena de felicidad. También siempre recordaré tu carita de cachorra gorda de hace once años, cuando fuiste un regalo para Dulce. Ya entonces eras una guerrera que venció al parvovirus, por eso quedaste un poco chiquita para ser una rottweiller, junto a tu hija Lola parecías muy pequeña. Eso y que siempre fuiste alegre hacía que la gente pensara que tenías como un año, a pesar de las canitas en tu barbita y en tus cejitas. Siempre me asombró lo inteligente que eras, comprendiendo que te estaba regañando aunque te hablara dulcemente y sabiendo cuando podías desobedecerme por más que te gritara que te metieras y cuando debías obedecer aunque sólo te mirara y dijera tu nombre. Aunque te dijera las cosas con diferentes palabras, siempre entendías lo que quería decirte. Me encantaba dejar la puerta entreabierta y esperar los dos afuera hasta que te pedía que la abrieras por favor y la empujabas con tu trompita. Me encantaba recordar que fue a mí a quien se le ocurrió tu nombre: Sabrina. Siempre quisiste a los niños: los de la cuadra a veces nos tocaban preguntando por tí, para que salieras a jugar con ellos y te saludaban en la calle, "Hola, Sabrina!", o escuchaba que le decían a otros niños más pequeños "Mira, ella se llama Sabrina! No le tengas miedo, ella no muerde!" Pongo la única foto digital tuya que encontré, junto con el Gordo. Lo chistoso es que aunque a los dos les decía "Gordis", nunca entendí como sabían a quien de los dos me refería cada vez.
Después de saber que ya te habían sedado y que probablemente ya estabas en cirugía, me concentré y pedí por tí, afirmando tu salud perfecta. En ese momento fue como si escuchara una voz que me decía: "Tu perra ya está bien". Me alegré mucho y arreglé todo para ir a verte a las 5 de la tarde, como me dijo Lalo. Como a las 4 y media le llamé a él para saber si pasaba por él para ir a verte. Fue cuando supe que habías muerto.
Te agradezco todo el amor y la protección que nos diste, siempre recordaré tu alegría cuando salíamos de paseo, dando un ladridito feliz y ansioso antes de brincar como cabrita de Heidi, con tu carita llena de felicidad. También siempre recordaré tu carita de cachorra gorda de hace once años, cuando fuiste un regalo para Dulce. Ya entonces eras una guerrera que venció al parvovirus, por eso quedaste un poco chiquita para ser una rottweiller, junto a tu hija Lola parecías muy pequeña. Eso y que siempre fuiste alegre hacía que la gente pensara que tenías como un año, a pesar de las canitas en tu barbita y en tus cejitas. Siempre me asombró lo inteligente que eras, comprendiendo que te estaba regañando aunque te hablara dulcemente y sabiendo cuando podías desobedecerme por más que te gritara que te metieras y cuando debías obedecer aunque sólo te mirara y dijera tu nombre. Aunque te dijera las cosas con diferentes palabras, siempre entendías lo que quería decirte. Me encantaba dejar la puerta entreabierta y esperar los dos afuera hasta que te pedía que la abrieras por favor y la empujabas con tu trompita. Me encantaba recordar que fue a mí a quien se le ocurrió tu nombre: Sabrina. Siempre quisiste a los niños: los de la cuadra a veces nos tocaban preguntando por tí, para que salieras a jugar con ellos y te saludaban en la calle, "Hola, Sabrina!", o escuchaba que le decían a otros niños más pequeños "Mira, ella se llama Sabrina! No le tengas miedo, ella no muerde!" Pongo la única foto digital tuya que encontré, junto con el Gordo. Lo chistoso es que aunque a los dos les decía "Gordis", nunca entendí como sabían a quien de los dos me refería cada vez.
Vete tranquila, estoy seguro que tuviste una buena vida, en la cual diste mucho amor. Te amamos y te recordaremos con mucho cariño siempre. Adiós Sabri, adiós Gorda, adiós mi perrita.