martes, abril 04, 2006

SUEÑOS QUE CAMINAN, SALVATORE FERRAGAMO



El domingo fui a Bellas Artes a ver la exposición "Sueños que caminan, Salvatore Ferragamo". Había muchísima gente, supongo que porque el domingo no cobran y porque ese día se presentaba la ópera Ocaso de los dioses, cuarta parte de la tetralogía de Wagner El anillo del Nibelungo, y todos los asistentes que llegaban temprano mataban el tiempo viendo la exposición (considerando que la obra iba a durar 5 horas y media YO NO HUBIERA LLEGADO TEMPRANO!!) En general odio los museos cuando hay mucha gente pero ya estaba allí y mi molestia terminó en cuanto vi el primer zapato.


¡Qué maravilla! Cada pieza era una obra de arte. Y es que cada zapato reunía los conocimientos de varias disciplinas para su realización. En primer lugar, Ferragamo estudió concienzudamente la anatomía humana y en particular la de los pies, la cual a su parecer era una maquinaria perfecta. En su obra, los que saben ven también influencia de la arquitectura y una de las más completas realizaciones del diseño industrial, donde la excelencia de la hechura artesanal, la innovación en la forma y los materiales, así como la búsqueda de la ergonomía y el comfort, se reúnen para crear algo a lo que a veces no damos la importancia deseada: zapatos.



Aún recuerdo aquella lejanísima época en la que tenía un par de zapatos negros, otros cafés, unos tenis y unas sandalias (tendría 11 años??). Y en realidad no necesitaba más. Sin embargo, ahora no concibo mi closet sin los múltiples pares que coexisten en él. Debo confesar que en ello pudo haber influido el tener una madre obsesa por los zapatos (en su clóset hemos contado más de cien). ¿Y qué decir de la íntima satisfacción que trae el estrenar zapatos? Uno entiende a Susanita cuando dice "No creo que Associated Press, Reuter o Ansa sepan todavía lo de mis zapatos nuevos". Y los zapatos favoritos... Cuando era un puberto, tenía unas botas negras (marca Perestroika, de Canadá, imagínense) que eran mi hit. Las usaba a diario. Y aún cuando ya estaban muy jodidonas, las seguía utilizando para ir a fiestas y tardeadas (en ese entonces estaba de moda el industrial). Mi mamá intentó deshacerse de ellas infinidad de veces, pero un como sexto sentido me avisaba cuando esto sucedía y allí me tenían hurgando en el bote de basura para rescatarlas. A mí, más que la ropa, los zapatos son los que me traen recuerdos. "Con estos zapatos fue cuando me besé con x...". A veces les hablo: "Se acuerdan cuando fuimos a esas vacaciones? ¿Recuerdan cuando caminamos de madrugada mil kilómetros y nos moríamos de miedo? ¿Se acuerdan que bailamos toda la noche y al final fulanito nos hizo proposiciones indecorosas? ¿Se acuerdan de esa splash party en las que terminaron empapados y los tuve que mandar a hormar y repintar (y que fue la última vez que vimos a sutanito)?
A pesar de que periódicamente me deshago de algunos pares, hay algunos que se salvan de todas las depuraciones y donaciones: me han acompañado en momentos muy importantes de mi vida, como las botitas cafés de ante que ahora sólo uso cuando estoy seguro que no va a llover, que no les va a pasar nada y que nadie las va a pisar (creo que las compré en el 96 imagínense). O los ahora totalmente demodé mocasines (confío en que las modas regresan) que usé en mi graduación de la prepa (la más divertida a la que he asistido en mi vida) y que escasamente habré usado tres veces después de eso (me aprietan!). Y qué decir de los hermosos huarachitos de cuero que compré una vez en un pueblito de Michoacán hace mil años y que hasta mandé recoser cuando se rompieron (cuantas vacaciones y aventuras y affairs de verano no pasaron conmigo, lamentablemente después de la costura ya no fueron tan cómodos como antes). Aunque ya no los tengo, aún me acuerdo de los zapatos negros con los que fui por primera vez de antro gremial (con beso con guapo gimnasta incluido).
Y tal vez por esta materialista y fetichista relación con mis propios zapatos fue que me conmovió tanto el amor y la pasión que Ferragamo ponía en sus creaciones. Él sentía una especie de frustración de no poder calzar a todos los habitantes del mundo. El deseaba hacer llegar la belleza y la comodidad (y por qué no decirlo, el estilo) a los pies de todas las personas y si eso no es amor por el mundo, no sé que sea.

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