Hoy, 8 de julio, se cumplen exactamente dos meses de haber dicho adiós a alguien que siempre me ha acompañado en mi vida desde que tenía 14 años. Nuestra relación al principio no fue sencilla, pero yo me esforzé porque funcionara. Después, estar con él me hacía sentir bien, a gusto. Siempre estuvo contado dentro de mis amigos. Con él pasé muchos momentos buenos y malos, pero él siempre fue fiel. Siempre estuvo allí: en mañanas heladas y sin desayunar, miles de fiestas, viajes, antros, caminatas sólo él y yo, en los parques, en las reuniones con los amigos, en los días de lluvia, siempre que lo necesitaba...
Fue mi amigo, mi acompañante, mi cómplice. Pero tampoco era una relación sana. Al contrario, era una relación de dependencia. Me seducía, pero me lastimaba, me conquistaba, pero me hacía daño sin yo darme cuenta. Toma mucho tiempo darse cuenta de lo dañino de una relación codependiente, pero finalmente vino, si no la conciencia, por lo menos la oportunidad de terminarla. ¿Cómo fue? En realidad aún no me queda muy claro. Por una parte, fue una decisión pensada con anterioridad, de esas que aplazas y aplazas, que sabes que algún día la tomarás pero te resistes, piensas que "las condiciones no son las adecuadas". Pero me queda la sensación de que fue una decisión espontánea, ni siquiera tuvo fuerza emocional, no me paré y grité "¡Hasta aquí!" Simplemente fue, y estaba en calma con esta decisión.
Debo decir que no fue fácil, al contrario. La tentación era demasiada. Tuve que dejar de salir para no pensar en él. Era un sufrimiento pensar en él. De acuerdo con el libro de autoayuda correspondiente, en dos meses se supera la dependencia física, y sólo queda lidiar con la dependencia psicológica. Mi vida es tranquila, aunque pienso en él en circunstancias especiales: en fiestas, bodas, antros. A veces después de comer y, extrañamente, al tomar refresco de naranja. Aún queda un largo camino por recorrer. Un año sin dar una fumadita siquiera y podré decir que soy un no-fumador. Llevo dos meses...
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